viernes, 18 de septiembre de 2009

Turismo cultural. Entre el entusiasmo y el recelo




Tensiones y contradicciones del turismo cultural



Por José Carlos Picón. Encargado de Comunicaciones del Fondo Editorial PUCP

El turismo, sin duda, activa las economías locales y regionales a la vez que vincula a las comunidades con su patrimonio y tradiciones. Sin embargo, es necesario reflexionar sobre el valor que estas ventajas tienen realmente para las comunidades que supuestamente benefician. En su reciente publicación Turismo y cultura, entre el entusiasmo y el recelo (Fondo Editorial PUCP, 2009), Norma Fuller sostiene que la relación entre turismo y cultura es estrecha y contradictoria.

Fuller parte de una visión antropológica del turismo para abordar aquellos “recelos” que contrastan con los “entusiasmos” enfatizados por los organismos y empresas que impulsan la industria turística. Propone una tipología del turista y de la forma de hacer turismo. Ello nos ubica en un contexto en el que el turista —aquel que busca escapar de la cotidianidad, conocer experiencias interesantes para su desarrollo espiritual, interactuar con culturas distintas o simplemente divertirse y relajarse— se desenvuelve y opera con una expectativa creada por las empresas turísticas sobre los destinos y comunidades receptoras.

Y es que el turismo puede entenderse como un teatro cuyo escenario improvisado se ubica en la zona de confluencia entre los turistas y los habitantes locales. Las relaciones entre aquellos y los nativos de una comunidad o pueblo cae fuera del orden de lo cotidiano: unos están divirtiéndose, disipándose y los otros trabajando. En ese sentido la relación entre ellos es asimétrica.

Sostiene Fuller que el turismo pone énfasis en lo económico y resalta el valor del dinero en detrimento de otros valores más tradicionales. La revaloración de los recursos locales, debido al nuevo uso que hace de ellos el turismo, puede producir cambios fortuitos en la situación de ciertos individuos.

Cabe resaltar, por ejemplo, el caso de un grupo de nativos yagua, quienes persuadidos de asentarse en los terrenos de una agencia de viajes en las cercanías de Iquitos, representan sus danzas ante el visitante, ataviados de trajes típicos, sus danzas, practican tiro de cerbatana y venden sus artesanías —con el exclusivo propósito de que los turistas tengan la experiencia de contacto con una cultura tradicional y “primitiva”. Para algunos miembros de la comunidad esto resulta incómodo. La situación los coloca en una posición de objetos, sus cuerpos dejan de ser suyos para ser usufructuados por la empresa y los visitantes, manifiesta la autora.

Muchos son los que discrepan con la visión del turismo como una vía de desarrollo, precisamente, por este carácter intrusivo, y muchas veces deshumanizante. Podríamos mencionar algunas manifestaciones místicas como los rituales con ayahuasca en la selva amazónica o las visitas a las paradisíacas playas del balneario de Máncora —convertidos en productos— como ejemplos de un impacto sociocultural polémico en la naturaleza de aquellos imaginarios, causando muchas veces tensiones y hostilidades entre visitantes y nativos. Se han puesto en ejecución algunas iniciativas de organismos dedicados a la industria turística para balancear estas relaciones, sin embargo, la discusión y las soluciones quedan abiertas y pendientes.

Otra idea medular del trabajo de Fuller reside en el turismo cultural que tiene como eje el patrimonio o el legado milenario e histórico. No cabe duda de que el potencial sociopolítico y económico del patrimonio cultural se concibe como catalizador del desarrollo. En ese sentido el turismo es considerado como una instancia en la que se inventa, produce y recrea la identidad cultural. A su vez, la diferencia cultural se ha convertido en un recurso codiciado en un mundo globalizado y deseoso de consumir exotismo y tradición.

Asegura Fuller que el turismo es hoy en día una de las agencias productoras de identidad más activas e influyentes, en la medida en que los debates en torno a la autenticidad suponen la revisión y redefinición de los lugares, eventos y valores sobre los cuales se hilan las identidades culturales.

La pregunta que nos deja la lectura de esta publicación es si realmente el turismo se puede considerar un intercambio cultural que puede acercar a los ciudadanos de los países desarrollados y los habitantes del Tercer Mundo sin dañar subjetividades e identidades. ¿Tareas? Muchas y aplazadas.