Brechas nada estrechas
Por José Carlos Picón
El 28 de abril el Perú firmó un tratado de libre comercio con China, el gigante de Asia —segundo socio comercial del país después de EE.UU.— próximo a convertirse en el mercado más grande del mundo. Los más optimistas no se cansan de enfatizar los beneficios de este pacto. “El TLC no solo debe ser visto como un intercambio de productos. Esa es la función básica del acuerdo, pero no el más importante. Su verdadera función es crear oportunidades para dinamizar la economía, especialmente en época de crisis”, sostuvo, hace unos días, Wu Guoping, director de la División de Economía del Instituto de América Latina de la Academia China de Ciencias Sociales.
Todo apunta, según el embajador peruano en Beijing, Jesús Wu Luy, a que los empresarios chinos al invertir en los sectores minero, pesquero, maderero y agrícola, simultáneamente empujen una dinámica de implementación de infraestructura de carreteras, ferroviaria, portuaria para exportar lo que se produce en el Perú y activar la economía. Es decir, China ofrecerá tecnología electrónica y de comunicaciones. Una oportunidad así —y como la que también brinda las negociaciones para el establecimiento de un TLC con la Unión Europea—, recalcarían los representantes del país en esta alianza, no puede perderse.
De acuerdo a Michael Shifter en su artículo “El Perú globalizado: éxito económico con fracturas sociales” publicado en el libro Perú en el siglo XXI (Fondo Editorial de la PUCP, 2008), el Perú está viviendo la más prolongada expansión económica de su historia. Sin embargo, a pesar del progreso y estabilidad —consecuencias del mencionado desarrollo—, la arraigada pobreza del país revela que importantes segmentos de la población son excluidos de los beneficios de este espectacular crecimiento.
Shifter señala que el continuo esfuerzo del Perú por parecer más afianzado a gobiernos extranjeros y organizaciones multilaterales, a través de su política económica, está demostrando buenos resultados. Pero, pese a que la aceptable salud manifestada por el continuo crecimiento y la estabilidad —favorecidos por políticas gubernamentales— ha empujado al Perú a una mayor integración en la economía mundial, las inequidades y la pobreza extrema se mantienen.
Lo que crece en bondades macroeconómicas es frustración para aquellos a quienes esta explosión deja atrás; malestar incrementado, por cierto, debido a que estos actores marginales tienen, hoy en día, mayor acceso a la información y la tecnología, lo que les permite ser cada vez más concientes de su posición frente a quienes reciben beneficios fenomenales de las altas tasas de crecimiento.
Frente a esta fractura, el gobierno demuestra que, al implementar la promoción del comercio y explotación de recursos, no desarrolla una adecuada sensibilidad política hacia la población afectada. Nos referimos por ejemplo, a los decretos legislativos —1015 y 1073— que permiten a los inversores extranjeros la compra de tierras comunales situadas en comunidades indígenas y campesinas, ya que, según el presidente Alan García, estos empresarios darían un mejor uso de aquellas al aplicar nuevas tecnologías y economías de escala.
El último llamado a la insurgencia —interpretada por muchos como un acto de sedición— por parte de Alberto Pizango, presidente de la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (Aidesep) es una muestra del grave malestar. Por suerte, al menos por ahora, la urgencia de instalar mesas de diálogo alentadas por la Defensoría del Pueblo y el Primer Ministro, Yehude Simon, está siendo atendida.
Esto nos indica que, no obstante ciertos progresos, la necesidad de diseñar políticas gubernamentales a medida para tratar las aflicciones sociales, sigue siendo un reto importante. Shifter señala, a propósito, el descuido que tiene un área como la educación en este contexto partiendo de la premisa de que para reducir desigualdades y tensiones sociales es básico consolidar un buen sistema educativo.
El autor concluye que los trastornos resultantes de una acelerada integración al mercado global necesitan de una canalización de ingresos disponibles hacia programas sociales sostenidos y dirigidos. “Paradójicamente, la pendiente agenda de reforma social e institucional de Perú ha adquirido una urgencia especial frente a la acelerada globalización del país”.
Es muy probable que el TLC con China depare incrementos en sus inversiones en el Perú, sin embargo, esperemos que en simultáneo el gobierno dé cuenta de su habilidad para construir capacidad institucional y desarrollar efectividad y confianza en lo que a políticas sociales —TLC hacia adentro— concierne.
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