viernes, 7 de agosto de 2009

TRADUCCIÓN POÉTICA. Entrevista a Ricardo Silva-Santisteban

Pasión por las lenguas

Por José Carlos Picón




Ricardo Silva-Santisteban, poeta, profesor, traductor y editor —responsable de las colecciones El Manantial Oculto y las Obras Esenciales del Rectorado de la PUCP— conversa sobre su experiencia con la traducción poética y los alcances de la traducción literaria en nuestro medio.


¿Qué significado tiene la traducción poética para usted?

La traducción poética es una ampliación, una extensión del lenguaje poético creativo. Si bien he trabajado en ellas, también he traducido prosistas: James Joyce y el Mallarmé de las Divagaciones que son prosistas muy singulares; en este momento traduzco unos relatos de Gerard de Nerval, un narrador muy especial. Si su obra no tuviera esa gran carga de poesía, probablemente no lo estaría traduciendo. Pero la traducción que más me interesa es la de poesía; traducir poetas y traducirlos en verso y si son en verso medido, hacerlo también en verso medido.

Para realizar esta tarea, lo hace a la luz de alguna concepción teórica.

A mí la verdad que la teoría de la traducción no me interesa mucho; lo que me importa es la práctica. Por ejemplo, para traducir una novela no se necesita una teoría sino, más bien, determinados conocimientos. Si uno tradujera, por ejemplo, La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson, lo que necesitaría sería un buen diccionario de términos náuticos. Yo hablaría, más bien, de una poética, al igual como cuando se escribe poesía; creo que es preferible hablar de elementos que nos ayuden con su sustento. Por supuesto que, cuando ejerzo la traducción, fijo mi propia poética. Un poeta que escribe en verso libre no va a ser traducido en verso medido ni viceversa. Trato de buscar aproximaciones tanto en la métrica como en el verso libre. Por supuesto que el apego a la fidelidad es el primer mandamiento a seguir.

¿Cuáles son en ese sentido los poetas que más le han exigido?

El más exigente y difícil ha sido Stéphane Mallarmé.

¿Por qué?

Cometí el craso error de comenzar a traducir los poemas que no se habían vertido al castellano. Fue después de realizada esa tarea cuando me di cuenta que mis predecesores habían traducido, por lo general, los poemas más accesibles del Maestro.

Por una necesidad.

Casi siempre traducía poetas de los que no encontraba traducciones o cuyas traducciones no me satisfacían.

¿Cómo hace, quien traduce, para transferir al castellano un poema sin quitarle la intensidad o disminuirla?

Cuando uno traduce sabe desde el comienzo que algo del original necesariamente se va a perder. Lo que se debe procurar es que se pierda lo menos posible. Por ejemplo, y creo que la comparación es pertinente, cuando uno tiene que verter un líquido de un envase a otro, y el orificio es muy pequeño, sabemos que algo se va a caer o se va a disipar. En realidad, la traducción es un transvase. Esto debe tenerse presente ya que considero imposible mejorar un poema. Una traducción nunca puede ser superior al original. Si en el proceso creativo un poeta no puede verter todo lo que tiene en la mente o siente al ponerlo sobre el papel, en la traducción ocurre algo similar.

Entonces ¿se puede hablar de la traducción como un acto creativo? ¿Hay un aporte del traductor?

Claro, tiene que haber un aporte. No sé si llamarlo creativo. Cuando existen varias traducciones de un mismo poema puede apreciarse el grado de fidelidad, de ritmo, de desenvoltura, de flexibilidad del lenguaje. Algunas traducciones son magistrales y deparan un gran gusto leerlas. Hay otras en que se observan las limitaciones del traductor con respecto a la docilidad de su lenguaje y uno puede que darse empantanado en su lectura. Me ha pasado varias veces con traducciones de la Divina Comedia, por ejemplo, en que la lectura no fluía. En otras, el lector se siente más cómodo. El problema es que, en la actualidad, a diferencia del pasado, muchas traducciones se realizan por motivos simplemente económicos. Hay editoriales que quieren publicar a determinado autor y encargan una traducción que les va a costar dinero, y estas se realizan por ese ánimo lucrativo que las vicia. Por ejemplo, en las colecciones de clásicos, todo el mundo tiene su Ilíada, su Hamlet. Pero hay traducciones que no pueden competir con otras. Lo que pasa es que estas traducciones se realizan por encargo y con fechas de entrega determinadas. Cuántas versiones de Hamlet se han hecho últimamente que carecen, por lo general, de rigor poético y faltas de inspiración.

¿Cuál es la primera decisión que toma un traductor frente a una obra para ser traducida?

En primer lugar saber si, efectivamente, está capacitado para traducirla y tiene tiempo para ello. Como los encargos son frecuentes, debemos saber anteladamente si podemos cumplir con la tarea. Una vez me llamaron para traducir Antonio y Cleopatra de Shakespeare, una de las más largas y maravillosas del genio inglés, pero me ponían un plazo que era muy breve: año y medio. Justo en ese momento me encontraba con mucho trabajo editando la Antología general del teatro peruano. No pude aceptar. En mi caso, yo pienso si determinada obra merece ser o no traducida. Tiene que haber un fuerte atractivo del texto que uno desea traducir.

¿Y frente al texto?

Si no es un autor que no haya frecuentado mucho, o que no conozca, simplemente no lo hago. Pero hay autores u obras que, pienso, deben traducirse. Por ejemplo, con Mallarmé, luego de terminar con la traducción de la obra poética en verso, comencé a trabajar con los poemas en prosa. Cuando en 1990 el Ministerio de Cultura de Francia me concedió una beca para traducir algún texto de literatura francesa, no dudé en escoger como tarea la traducción de Divagaciones y otras prosas del Maestro. La segunda vez que me otorgaron la beca escogí la traducción de una selección de su Correspondencia que es tan interesante desde el punto de vista de la creación poética. En otros casos, he optado por textos que no estaban traducidos al castellano como Prometeo libertado de Shelley o Personae de Ezra Pound. Asimismo, al leer, uno opta espontáneamente en la traducciones de esos poemas que nos hacen señas por distintos motivos. Igualmente, muchas veces he traducido pensando en clases que tengo que brindar. De esta manera fui traduciendo una serie de prosas poéticas de los románticos franceses y así también comenzó la de las obras Gérard de Nerval que acabo de terminar.

¿Cómo afronta la traducción frente a concepciones metafísicas o estímulos plásticos particulares de determinado autor? ¿Cómo se afrontan los localismos, por ejemplo?

Para eso están los diccionarios. Además, cada autor tiene dificultades diferentes. En el caso de Mallarmé la gran dificultad es la sintaxis. Robert Greer Cohn, un gran crítico norteamericano que tradujo la prosa de Mallarmé confesaba que lo había leído durante 50 años y que, sin embargo, a veces “no lograba entenderlo”. En ocasiones he acudído a traducciones en otras lenguas. Por ejemplo, para Mallarmé he consultado traducciones inglesas. Para el Prometeo libertado de Shelley consulté la versión francesa. Uno consulta con el objeto, sobre todo, de verificar que uno no se ha equivcado, a veces pueden existir problemas complejos de diferentes niveles: gramaticales, culturales, hasta biográficos. A veces puede haber problemas de palabras. Ahora, por ejemplo, traduciendo a Nerval, en una obra titulada La mano encantada que transcurre en el siglo XVII, me encontré con que el autor utilizaba palabras del argot francés y a veces términos antiguos que datan de la escritura del tiempo de Rabelais. Por suerte, la edición francesa que manejo es excelente y sus notas me han aclarado lo que no entendía. Pero existe una palabra que todavía no he resuelto: un elemento químico usado por los alquimistas. No aparece ni siquiera en Internet. En el caso de los juegos de palabras busco aproximaciones, trato de acercarme al juego fonético. Trato de mantener los juegos si es que se puede. En el caso de los fragmentos que traduje del Finnegans Wake de James Joyce sufrí mucho puesto que había deformaciones mediante acoplamientos de palabras y neologismos poco adaptables a una lengua analítica como la castellana. La verdad que con esta obra, aunque mi versión solo sea un pálido reflejo del original, uno se siente contento con haberla realizados

¿Ha traducido poesía con métrica y rima?

Algunas veces. Lo hice con El barco ebrio de Arthur Rimbaud y algunos otros poetas franceses, por ejemplo. Otra vez, por pedido de la Embajada de Brasil, me invitaron a traducir a los poetas coloniales de ese país y debía hacerlo conservando la rima. Es un momento en que el traductor tiene que apelar a sus recursos de retórica. Creo que la traducción quedo bien porque no encuentro en ella frases forzadas. Rimé sin traicionar el sentido, que es lo más frecuente en una traducción rimada.

¿Hay tradición de traductores en el Perú?

En el Perú, pese a carecer de una industria editorial, se han traducido muchos poetas. Hay varios traductores pero que, sin embargo, no han traducido libros completos. En otros países más cultos y más lectores la traducción está mucho más arraigada. Pero existen en el Perú escritores que han traducido mucho. Por ejemplo, Javier Sologuren. Recuerdo que a veces me despedía de Javier un día viernes y el lunes me contaba que había traducido poetas persas, árabes, etc. Seguramente cuando leía lo llamaba el demonio de la traducción y ponía sus poemas en castellano. Le encantaba traducir. Definitivamente, la rigurosidad de Javier hacía que lograra espléndidas versiones en castellano Se supone que la traducción en verso debe ser rítmicamente perfecta porque, a la hora de la lectura, si los versos tienen más o menos sílabas o está mal acentuadas, suenan mal. Javier se preocupaba mucho por este detalle que es fundamental en una traducción de carácter poético.

¿Cuál sería el grado de desarrollo de la traducción literaria en el Perú?

Hay poetas que han dedicado parte de su vida a la traducción. Javier Sologuren es uno de estos casos; otro, por ejemplo, sería Renato Sandoval, autor de muchas traducciones de distintos idiomas. Lo que falta es el estímulo de una invitación para realizar las traducciones. Otro, el que los traductores tuvieran acceso a revistas o a editoriales que se animen a publicarlas. Los esfuerzos son muy dispersos y muchas traducciones acaban desvaneciéndose.

¿Cabe hablar de una profesionalización de la traducción literaria?

En la actualidad hay facultades universitarias de traducción en la Universidad Femenina y en la Universidad Ricardo Palma. Están orientadas, principalmente me parece, al uso comercial. Pero si los estudiantes tuvieran posibilidades de optar por un magíster o doctorado, se podría despejar la condición huérfana de la traducción literaria. Y ese es el defecto, porque en estas escuelas se aprenden técnicas de traducción. Gente interesada hay, yo lo he visto. Sin embargo, en las currícula y/o sílabus no hay nada, que yo sepa, sobre traducción literaria, peor aún si se trata de traducir en verso. Y esto es penoso. Podría haber una especialización. Por ejemplo, conocí en la Ricardo Palma muchachos que admiraban mucho a Joyce y querían traducirlo. Quizá se podrían implementar seminarios en los que los alumnos traduzcan textos literarios que les interesen sería una salida. Incluso podrían ser hasta sus trabajos de titulación. La única vez en mi vida que he participado en un congreso de traductores, fue hace bastantes años en México, gracias a un amigo al que le habían encantado mis versiones de W.B. Yeats que quería publicar. Me sorprendió encontrar en los jóvenes un amplio conocimiento sobre versificación. En las universidades que he mencionado, no existen cursos, repito, de traducción literaria. Es algo, pues, que nos falta.

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