Recuerdo que el primer texto que leí de Róger Santiváñez (Piura, 1956), apareció ante mis ojos por obra y gracia de la curiosidad: la misma que se agolpaba en los estantes polvorientos de mi padre —militante de izquierda—, llenos de textos de doctrina marxista, dialéctica y economía política. Y es que entre estos tomos, gracias al interés omnívoro de mi progenitor, también se podían encontrar publicaciones (contra)culturales de la época de los ochenta. Una de ellas, Luz Negra, Ex Nave de los Locos. Macho Cabrío Productions. Surquillo-Lima, incluía este poema del cual se me escapa el nombre, el tema. Sin embargo, estaba convencido en ese momento —a los 10 años aproximadamente— que mi proverbial sentido de convencionalismo y su apego por pensar que lo poético sólo aceptaba obras como las de Bécquer o Campoamor, había sido conmocionado. Santiváñez me había “desahuevado”. Por supuesto, ése fue el punto de partida para ahondar en la poesía peruana. Había escuchado de Vallejo, Eguren, Eielson. Fue entonces que las referencias que se hacían de ellos —y otros vates nacionales— en la escuela obtuvieron toda mi atención.
El lenguaje del texto de Santiváñez era muy explosivo, y ciertos rasgos de la tipografía mayúscula sobre aquel papel color hueso, delgado, áspero, lo hacían, sin duda, más singular. (La carátula de la publicación iba a blanco y negro, era un dibujo violento, de trazos hoscos). Si mal no recuerdo, —ya que no tengo el fanzine que menciono a la mano, lamentablemente lo he perdido— el poema hacía referencia al mar y a algunos personajes velados, delirantes: una especie de locura por momentos colorida, de un tono medio “renegón”. Quizás hablaba de un amor. Como reitero, no recuerdo el texto, pero sí la impresión que me causó.
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Muchos años después, en una edición de Periolibros —esos fascículos tamaño tabloide en papel periódico—, encontré algunos poemas de Santiváñez. Aquel número estaba consagrado al legendario grupo poético setentero Hora Zero (HZ), por lo que las líneas del poeta aquí mencionado compartían escenario con los versos más significativos de Jorge Pimentel, Tulio Mora, Juan Ramírez Ruiz, Manuel Morales, Enrique Verástegui, Jorge Nájar, entre otros.
La filiación del vate piurano a las filas de HZ fue muy discutida en las mesas y tertulias de los ochenta, y sostenida visceralmente —y esto lo sabemos por testimonio del propio Santiváñez—, por Ramírez Ruiz (fallecido el año pasado), quien incluso dejó de dirigirle la palabra, ya que consideraba que el grupo liderado por Pimentel, estaba muerto en esa década. Róger necesitaba una renovación.
Posteriormente, funda Kloaka, agrupación anarquista de poesía y acción artística que si bien bebía del impulso revolucionario de los HZ, discernía y desarrollaba “otra metodología”, otra praxis frente a la realidad. Recordemos que en Kloaka militaron, entre otros, el poeta Domingo de Ramos, Mariella Dreyfus, el pintor Carlos Enrique Polanco.
Bien. Santiváñez publicó algunos libros de poesía, hasta el 2004; ellos fueron reunidos en Dolores Morales de Santiváñez. Selección de poesía 1975-2005 (Hipocampo editores & Asaltoalcielo, 2006) —que también recoge poemas sueltos no recogidos en libros y otros encontrados. Asimismo, algunos volúmenes de prosa poética: Santísima Trinidad (1997) y Historia Francórum (2000), figuran entre los más notables. Pero, otra historia es lo que atañe al presente texto.
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Recordado no solo por sus versos testimoniales, adolescentes y combativos; por el erotismo que impregnó a algunos de sus textos; por militar en Kloaka, y por su bohemia impenitente, sino por realizar un acto poco común, suerte de performance o acción artística —llamarían hoy, especialistas y críticos— en la Plaza San Martín cortándose las venas con una bandera peruana entre las manos. Sucedió un 28 de julio, allá en el lejano 1989.
Tiempo después de aquel incidente, luego de una estadía larga en el infierno, y posteriormente en New Jersey, EE.UU., Santiváñez vuelve con una muestra del innegable oficio poético que ha ido desarrollando. Labranda es el nuevo conjunto de poemas que ha publicado; un tomo color vino de llamativo diseño en cuya portada se exhibe uno de los retratos más característicos del mítico guitarrista norteamericano Jimi Hendrix. De título sugerente y musical, sospechamos que la apuesta visual de Labranda, al incluir la imagen de uno de los íconos de la psicodelia sesentera, responde a una referencia vital, a una cita que refrenda el universo intenso y sui generis de una de las voces más interesantes de la poesía peruana contemporánea.
Los textos de Labranda continúan la búsqueda planteada, quizás por primera vez, en Symbol (1991). Asimismo, se desmarcan del lenguaje coloquial y directo de sus primeras placas. Con el pasar del tiempo han ido adhiriéndose elementos diversos a la poética Santiváñez. El lenguaje es una entidad que se confiere a sí misma la capacidad de transformación, y al parecer así lo entiende el vate.
Y es que desde un inicio, actúa como un alquimista. Una especie de humano demiurgo que define la composición matérica de su obra por un intercambio de elementos que tiene a la música como principal fuente genésica. Sin duda, la música, y una conciencia biográfica, que sugiere —cuenta apenas— lo vivido. Observamos, sin embargo, que ésta no opera en el poema mediante estructuras y códigos “conversacionalistas”. No. Se mantiene, prefigurada, en la fuerza creativa del poeta para luego desplegarse, discurrir plásticamente, mediante filtros que amoldan la experiencia vital poetizada al nuevo discurso formal, a la alquimia verbal:
2 Angel (a)
Suspiros detenidos vitrina de caoba
Brillan en la seda impoluta del pelo
Más azul que peina la Modesta
Con la gracia gris frasco y fresa
Todos los días vuelven a ese sueño
Bruno y chino en la luz de unos
Ojos ardidos en perol de la natilla
Hirviente cielo motas pura pampa
(…)
Nótese el uso de cuartetos y ese paladeo que intenta dotar de cierto aire clásico a la composición. La musicalidad de verso a verso es incontrastable. Santiváñez parece traer consigo un instrumento con el que tañe melodías antes que nervios poéticos. No obstante, la experiencia fluye a través de estas partituras que parecen ir construyéndose en brotes de cadenciosa intención de significar lo concreto. Se nos viene a la mente el impulso que un músico de jazz maneja a lo largo de una interpretación:
SNOW SNOB
Mientras la noche en su guarida
Abre sus compuertas de sonido
Ve hacia el centro plexo solar y
Oculta sigilo azul en sus manzanas
Entonces el brillo de la nieve se
Venía con la venia del poniente
Oh frazadas en chisporroteo divino
Ya se escucha tu rumor perfecto
(…)
***
El poemario está compuesto de tres grandes partes: HALL —que a su vez está dividida en cuatro, Winter 1, Spring 2, Summer time (canon missae) 3, y Autunm 4—, ONCE AGAIN y HOMENAJE A EZRA POUND (Ars Poética). Por qué no pensar esta disposición como un disco organizado, como un programa que conforma una propuesta musical vitalista. En HALL —desde sus dos poemas introductorios—, Santiváñez aparentemente busca inducir al lector al ingreso de un circuito que configura una estancia mayor del tipo hogareño —el hall es un salón de espera que da pase a otras habitaciones en un inmueble. Las sub-partes, cuyos nombres hacen alusión a las cuatro estaciones del año —la tercera, Summer time, que recuerda al tema interpretado por Janis Joplin u otras referencias de la música popular como Gershwin—, dibujan un travelling por espacios singularmente planteados en poesía y que desprenden, además del goce al trabajar la sustancia del lenguaje, fragmentos muy potentes de honestidad biográfica:
CAMOTAL
1
Adolescentes en jumper salida
Del tren de las seis a Lima
Hermosura difícil de alcanzar
Siempre al borde de la mar azul
Nunca le des la espalda fue el
Consejo mil años después en Yacila
Entre cholos bolicheras & el alisio
Que a Alicia dejó senos al aire
(…)
Vivir en la mar sabrosura de
Pintura más fresca & pactada
En la nada de un poema & en
La rada en que fallece la gaviota
La musicalidad interna de cada acto, repetimos, es notable. Y eso se ve en todo el libro. Encabalgamientos, descomposición de palabras, aliteraciones, juegan a favor de la solidez rítmica por la que apuesta Santiváñez, que es, sospechamos, un plus que imprime por su largo transitar acompañado de los mejores soundtracks “de la vida”. Schönberg, Schuman, Thelounius Monk, Ornette Coleman, Hendrix, The Shocking Blue, Lavoe, Los Panchos, Destellos, Pedrito Otiniano y Chacalón podrían darse la mano en el escenario de esta orquestación barroca, mosaico, pero, a leguas, limpia, contenida. A veces pareciera ser, esta armazón, el continente que enrarece, o difumina una pátina etérea e irisada, sobre una realidad cruda unas veces, onírica otras; melancólicamente rememorada:
CAMOTAL
2
(…)
& el desierto supo de percebes
Corales caracoles estrellas
Invocadas fui llevado a conocer
Su Puerto mas no fue Constitución
Sino el Nuevo Puerto de la yerba
Reunida con Jimmy a la volada
Hendrix a todo volumen en la radio
& el auto sometido a redada policial
Qué belleza de la mar hirviendo
& todo el movimiento de la Brava
(…)
El plan de Santiváñez parece respetar ese halo de misterio que domina todo el libro. Desde el título Labranda —santuario Cario o Lidio (antigua Grecia) en el que se adoraba a Zeus; relativo a labrys o hacha de doble filo; y asociado a lo laberíntico—, hasta la aparente yuxtaposición ilógica de palabras, pasando por la complejidad formal que mediatiza el lazo de empatía entre el lector y el significado. Todo ello, configura el hermetismo en que el poeta se subsume para derrotar a sus demonios. Para sacralizar el decir de su voz que busca romper con la atadura de lo banal, de lo prosaico, tratando de elevarse, aquél, llevándose consigo, precisamente, esquirlas de la dicción cotidiana. “Transubstanciación de lo profano en sagrado”, dijo alguien.
PISCINA ROBERTS
1 Nimpha
Puedo mirarte a mi regalado gusto.
Tu linda cabecita emerger del agua
Brillante como tu dorada cadera
Perfección esbelta al filo celeste
(…)
La luz resplandece oh superficie
De tu piel húmeda & divina
Acariciada por insólitos destellos
Sobre la espalda & hombros impregnados
(…)
Por último, el uso del spanglish, la replana, referentes populares, gentilicios, diminutivos entre otros elementos, dota a estas piezas, de una personalidad cabal, del animismo propio de las construcciones multiculturales: un registro que en su diversidad consigna la actualidad de su propuesta.
***
Labranda es un recorrido por paisajes geográficos, corporales, mentales. Un inventario del recuerdo, de lo que constituye a la memoria, de aquellos emblemas y alegorías que componen el Yo poético y al proceso en que se descompone aquél para reverberar sus emociones y cavilaciones.
Parece ser un homenaje a la belleza, a la música, a la lírica clásica y algunos de sus exponentes contemporáneos como José Lezama Lima. También a genios como Ezra Pound —última parte del libro— o Frank O’hara —del cual se utiliza un poema para epígrafe de inicio en el volumen.
Pero sobre todo, un homenaje a la palabra, al goce de su creación, al arte, y al hombre, centro y fuerza centrífuga que expande su flama creadora, conocimiento y verdad.
Roger Santiváñez
Labranda
Asaltoalcielo / Hipocampo Editores, 2008
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