miércoles, 17 de febrero de 2010

LA ESFERA VIAJANTE DE GONZALO ROJAS


Para leer a Gonzalo Rojas (Lebú, Chile, 1917) —Premio Nacional de Poesía de su país y reconocido con el galardón Reina Sofía de España— hay que tener el alma despierta. El alma despierta y una pausa después de cada silencio. Porque una vez situados dentro de uno de sus poemas hay que oír con mucho cuidado: el vaivén del origen. Hay que ver, minuciosamente, la música de las esferas.

Ensayemos. “Acostumbra el hombre hablar con su cuerpo, ojear/su ojo, orejear diamantino/ su oreja, naricear/cartílago adentro el plazo de su/aire, y así orejeando la/no persona que anda en el crecimiento de sus días últimos, acostumbra/callar”. Así inicia el poema “El alumbrado”, texto incluído en la colección del mismo nombre, 1986. Rojas, en la mayoría de sus actos editoriales, confiere de un tono sombrío su trabajo con la palabra.

Esta correspondencia, no solo en tanto clima y matiz, sino como ejecutora de un planteamiento filosófico —que tiene su eje en una búsqueda que transcurre en un tiempo no vinculado con el espacio, sino con la zona intangible de la reconstrucción del nacimiento, del origen—, le da a Rojas la posibilidad de caracterizar a una suerte de navegante que parte y retorna en un viaje de reconocimiento a través de los azarosos e intrincados parajes del ser; continua reinvención del itinerario puesto que cada puerto está sujeto a cambios y reconfiguraciones.

“Lo cierto es que llueve. Pensamiento o/liturgia, lo cierto es que llueve. Gaviotas/milenarias de agua amniótica/es lo que llueve…” (”El alumbrado”).

El lenguaje poético es una celebración oculta en tanto encierra goce por “alumbrar” un ritmo interno extremadamente personal, como si un sistema de pulsiones y abrasivas mutaciones orgánicas azuzaran de pronto, una suerte de orquestación extraña, oscura. En el sentido, descansa esa instancia perturbadora que acoge la génesis rítmica. “(…)Sale entonces la oreja/de adentro de su oreja, la nariz/de su nariz, el ojo/de su ojo: sale el hombre de su hombre./Se oye uno en él hablar”.

Rojas, dialoga, con mucha naturalidad por cierto, en algunas situaciones, con lo coloquial, lo concreto, la referencia contextual. Este registro, sin embargo, no se riñe con la profundidad metafísica del poeta. Verificamos, por ejemplo, en “Al fondo de todo esto duerme un caballo” (El alumbrado, 1986), que operan vetas distintas como, la preocupación por la funcionalidad de la alegoría, la imagen perturbadora, y el ejercicio impecable del lenguaje —resaltada aquí en el uso de lo cotidiano para develar lo fantasmagórico, la violencia, la desolación y la indolencia:

Al fondo de todo esto duerme un caballo
blanco, un viejo caballo
largo de oído, estrecho de
entendederas, preocupado
por la situación, el pulso
de la velocidad es la madre que lo habita: lo montan
los niños como a un fantasma, lo escarnecen, y él duerme
durmiendo parado ahí en la lluvia, lo
oye todo mientras pinto estas once
líneas. Facha de loco, sabe
que es el rey.

(”Al fondo de todo esto duerme un caballo”, El alumbrado, 1986)

*****

Gonzalo Rojas transita, en un incansable viaje. Podríamos atrevernos a decir que la dinámica a la que responde su travesía es la de aquél que regresa a las estancias para descubrirse a sí mismo en la esfera [pasado/presente], sumido de una suerte de “ignominia iluminada”, algo muy cercano al asombro infantil.

No obstante, la lectura que plantea Rojas en su universo poético no viene nada ataviada de ingenuidad. Es más, propone un intercambio que exige del lector tanto como del que enunció la complejidad de su discurso, silencio, pausa, meditación. Este silencio en el que la comunicación poética se explaya, nos imaginamos, puede verse —si no interrumpida—, violentamente alterada por la fuerza imaginista o la potencia de la dicción de Rojas.

En un poema de su libro Contra la muerte de 1964, “Oscuridad hermosa”, el poeta sondea con intensidad, el sentimiento amoroso, el terror a la ausencia.

Anoche te he tocado y te he sentido
sin que mi mano huyera más allá de mi mano,
sin que mi cuerpo huyera, ni mi oído:
de un modo casi humano
te he sentido.
(…)
Corriste por mi casa de madera
sus ventanas abriste
y te sentí latir la noche entera,
hija de los abismos, silenciosa,
guerrera, tan terrible, tan hermosa
que todo cuanto existe,
para mí, sin tu llama, no existiera.

El tópico amoroso, también es recurrente en la poesía de Rojas. La sensualidad y la pasión son terrenos visitados por él, sin embargo, a veces asediados con aquella oscuridad que el poeta utiliza en la implementación de sus atmósferas. Por momentos, se aleja de las representaciones paradigmáticas del amor para volcarse a la construcción de “incidentes pasionales”: “Ese mandarín hizo de todo en esta cama con espejos, con dos espejos:/hizo el amor, tuvo la arrogancia/de creerse inmortal, y tendido aquí miró su rostro por los pies (…)” (Del libro Oscuro).

Por otro lado, Rojas, en otras de sus facetas, desmitifica en un proceso de deshollamiento, los “preceptos” de figuras de la literatura como Hölderlin. Una desmitificación que aterriza en el soporte en el que se desenvuelven las pulsiones actuales de la droga y la divinización del placer sexual: “Lira, qué será/lira?, ¿hubo/alguna vez algo parecido/a una lira?, ¿una muchacha/de cinco cuerdas por ejemplo rubia, alta, ebria, levísima,/posesa de la hermosura cuya/transparencia bailaba?//Qué canto ni canto, ahora se exige otra/belleza: menos alucinación/y más droga, mucho más droga. ¿Qué es eso de/acentuar la E de Erato, o Perséfone? Aquí se trata/de otro cuarzo más coherente sin/farsa fáustica, ni/Coro de las Madres, se acabó/el coro, el ditirambo, el célebre/éxtasis, lo Otro, con/Maldoror y todo, lo sedoso y/voluptuoso del pulpono hay más/epifanía que el orgasmo.”

El malditismo, por último, convive, en este cosmos —y no necesariamente en el mismo plano—, con otra de las características del discurso de Rojas: el estrecho vínculo con la naturaleza, heredado de su natal Lebú. Los elementos constituyentes de aquella, dotan de sentido a los diversos matices de su poesía ya que este carácter “de tierra” contextualiza su proyecto, lo ubica en un escenario listo para la disidencia: un creador arraigado a su origen, pero gestor de un lenguaje, que por su actualidad, pasará a ser atemporal. “Por culpa de nadie habrá llorado esta piedra” (”La piedra” de Del relámpago, 1981).

Después de asediar, en su lectura, las distintas vetas de la poesía de Rojas, el lector se da cuenta de la pertinencia de su discurso. Un trabajo que ahonda en las fibras más profundas del ser, y que además, plantea una estética única que ubica al autor, en un privilegiado lugar dentro de las letras latinoamericanas, y por qué no, universales.

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