miércoles, 17 de febrero de 2010

ANATOMÍA DEL POEMA


por José Carlos Picón

La reedición de Estudios sobre un cuerpo de Jorge Frisancho se enmarca dentro de aquellas iniciativas que rescatan proyectos poéticos en la actualidad inhallables. Primero, saludamos la entrega de un poemario cuya primera edición data de 1991 (Colmillo Blanco); segundo, en lo que a esta reseña compete, nos toca comentar su pertinencia en un momento en el que las nuevas voces de la poesía peruana se vinculan a diversos registros y formas de expresión.

En los 90 los discursos de los jóvenes vates empezaban a desmarcarse de la tendencia conversacionalista y los compromisos colectivos que vadearon parte de los sesenta, marcadamente los setenta y posteriormente, los ochenta —marcados por la violencia política. La propuesta de Frisancho, en este libro, tiene ecos de actos insulares anteriores: Carlos López Degregori, Mario Montalbetti, por ejemplo. Sin embargo, acoge un giro innegable: conforma un planteamiento que se transfigura en modus operandi.

Como en los escritores antes mencionados, Frisancho posee un lenguaje excesivamente trabajado. Es un artesano culto y lector acucioso. Apuesta por una especie de caudalosa experimentación que tiene en la palabra insumo primordial; en la construcción, arquitectura de sentido. Acomete el poema con referentes que no hacen alusión ni a la ciudad ni al estado de cosas dentro de un espacio-tiempo social, sino más bien ciñe su decir en una geografía intimista, personal y hermética.

Al leer los 17 poemas de Estudios sobre un cuerpo notamos que la voz del poeta encarna una experiencia en la que introspección, reflexión y autoconocimiento operan en una plataforma que, a diferencia de propuestas anteriores, generan un motor de íntima sensualidad —ligada a la conciencia del paso del tiempo— unas veces, y un cuestionamiento del poema como espacio físico y acaso, metafísico —arraigado al cuerpo como metáfora.

***
En los versos de Estudios… encontramos poco silencio; no obstante, percibimos que el poeta trata de implementar un escenario para el diálogo consigo mismo y la meditación del lector. No hay poema río pero sí un torrente que se desliza por un cauce amalgamado mediante el equilibrio entre la razón y los gestos de la indagación ontológica. Asimismo, incorpora cierto detenimiento en los procesos de auscultación del sí mismo, gracias al cual logra una edificación de imágenes plásticamente establecidas que conviven con “sentencias” desprendidas de anotaciones especulativas.

Las palabras ajenas, como brillos
En la interminable ceguera de la noche, no poseen
Más poder que el cautivo poder de la memoria
Ahora, que abandonado y en paz retorno a ellas
Para reconocerme en su nostalgia, en su secreta verdad.
(”El cuerpo del inmóvil”, p. 17)

La preocupación del poeta por asir una realidad asimilada que se cierne en el interior de la conciencia, es decir, la forma en que el entorno aterriza en su flujo poético está atada a una problematización de la aptitud comunicativa del escritor y del alcance de los textos para acuñar un mensaje.

Porque algo está obligándome a recomenzar:
Bailo sobre un pie
Como sobre los arcos de un sentido preciso pero incomunicable,
Incomunicado yo mismo entre paredes de palabras, y el poema
Es lo que he venido a recitar en un punto cualquiera del ajeno
litoral que se despuebla
De todos sus animalillos murmurantes, como tú, que ahora caen
Graciosamente hacia el falsete.
(”Plato vacío (algo está obligándonos a recomenzar”), p. 13)

Al parecer, también recoge la idea del poeta como alguien que actúa bajo la luz de cierta mística y elabora un artificio que obedece al dictamen de su opción: la del disidente que necesita de la ruptura para iluminarse y ejecutar discursos lingüísticamente complejos pero efectivos; el lenguaje es su arma principal y con él desplaza emociones, “tensiones y ternuras”.

Muy interesante resulta el recurso semántico que se le atribuye al cuerpo en todo el libro. El cuerpo es, en ese sentido, recipiente de elementos emocionales, conflictos, pero también de cambios. Se trata de un agente por ratos inasible, que además se reconoce como casa o lienzo en el que desdibujamiento psíquico, de procesos fisiológicos e intensidad pasional confluyen: “cartílagos y huesecillos”, “minerales y líquidos amnióticos” , “vena más azul”, están contenidos en los contornos de la física humanidad y figuran como parte de metáforas que develan los sistemas anatómicos como debilidad, pero también como posibilidad. Si el cuerpo —piel, órganos, huesos— es efímero, el poema, el corpus textual del que se vale el yo poético, va relativizando esta característica para cuestionar su permanencia.

Es el permanente lapsus del poema lo que oigo, aunque me cantes
Y una hoguera de flamas delgadísimas nos una:
Aún estoy mirando el horizonte, y el horizonte se mueve y
Reverbera como un verso
Sin retóricos meandros, acerado, o más bien acelerado
Que se encamina sin lástima a su consumación.
(”Plato vacío (algo está obligándonos a recomenzar),” p. 14)

***
Lo más resaltante del libro es la opción del poeta por establecer en el cuerpo y sus elementos constitutivos, una presencia de tempestuosa luz que no colma la satisfacción de reconocimiento e identidad de quien está sometido a una indagación continúa. Las zonas aún no excavadas de esta exploración desatan en la voz de Frisancho incertidumbre, leiv motiv que puede capear gracias a mecanismos de memoria y de actos en los que el organismo —eje de todo el poemario—, es único medio. En ese sentido, la pasión y el sentimiento amoroso se manifiestan como espejo del otro, del ser amado, proyección que se ve enriquecida por el asombro y el descubrimiento de quien palpa y repara en las texturas e inflexiones propias de la piel y el continente de los sueños, ausencias, sentimientos, reflexiones.

Cómo el vívido cuerpo se adelgaza en la memoria
La memoria misma toma, de la noche anterior, sus arrebatos
Y su carcajada, en cada rincón de este vacío, mientras ella duerme
Tendiéndome su sueño, y yo la veo dormir como quien la ama
Desde el borde apasionado de la mañana que se anuda
Plásticamente, a su comienzo.
(”Décima danza (una metáfora del mar)”, p.26)

***
El cuerpo, espejo, el cuerpo, mar. Los límites y las limitaciones que implica poseer una construcción elaborada de piel, músculos, huesos son, en gran medida, quid de las cavilaciones del vate, quien no deja espacio para el desencanto mas sí para resignación y el camino hacia la madurez.

Estudios sobre un cuerpo es el registro de un precoz mapeo inscrito en una sugerida rutina indagatoria —instalada dentro de cierta oscuridad propia de la primera adultez—, cotidiana, pero signada por el misterio de la apariencia y de la evidencia fáctica de la existencia decantada en la escritura, aparente extensión de las vibraciones corpóreas de una entidad efímera y variante. Es la bitácora del signo pergeñado ante el cosmos para ser éste medido mediante la pauta del conocimiento y su implementación infinita. Frisancho en estos textos definidos —de una pluma académica y entendida, a pesar de los cortos 24 años de tenía en aquel entonces— hace gala de la intensidad de la que necesitan los creadores para apropiarse del sentido de una vida muchas veces azarosa e inasible. Sin duda, el corpus del libro, puede funcionar, para los actuales, como el arte poética de la búsqueda y la autoexploración del ser.

Jorge Frisancho
Estudios sobre un cuerpo
Tranvía Editores, 2008

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