por José Carlos Picón
Al poeta José Cabrera Alva, el adjetivo insular le cae a pelo. Sus textos son producto de una exploración del lenguaje y del silencio. En la última Feria Internacional del Libro su última entrega, Ombligo de Ángel fue recibida con no poca aceptación. A continuación, unas cuantas palabras en torno de su obra.
Ya se veía desde su placa inaugural en el campo editorial, El libro de los lugares vacíos (Dedo Crítico Editores, 1999), un trabajo de la palabra precisa y una profunda sensibilidad hacia la metafísica. La estética taoísta, quizás, coqueteaba con él en estas primeras construcciones: Oirás / el canto de los pájaros al morir en el cielo / Ese será tu aprendizaje / de lo que pasa / con lo más puro de la tierra / cuando le llega la muerte: / se eleva hasta donde sólo se escucha el movimiento de las nubes / para que los dioses lo oigan / por / última / vez.
En su segundo libro, Canciones Antiguas (Editorial San Marcos, 2004), contagiado de las sutiles emanaciones de los madrigales escribe versos de cuidada belleza: Cuán delicado el sonido de tu laúd / tan delicado / que en él entra el viento / y lo deja / como las plumas de una paloma / que se pierde en la niebla.
En Ombligo de Ángel, el poeta acude al devaneo extático de la magia y los rituales. Parece maniobrar los asuntos de la creación desde el punto de vista de un observador que encuentra en extrañas ceremonias, una correspondencia con los actos esenciales de la vida; en las citas al desorden primigenio, un arte poética en la que predominan la alegoría y los signos.
Cabrera no cuenta: canta con ardor y luminosidad desde un plano que compone lo que el poeta ve. Un tejido de imágenes y escenas que constituyen, según su propio universo, lo intangible. No hay nada que nombrar, tan solo la palabra. La palabra es principio. El ángel, emblema celestial, cae, porque lo humano se tiende, a través del pergamino de lo ininteligible, sobre una constante de fallidos intentos por lograr la absolución.
La oscuridad, en ese sentido, aparece en Ombligo de Ángel como una condición del hombre y de sus visiones, percepciones, sueños y pensamientos; es también la fuente desde la cual el humanizado demiurgo compone sus caprichosos mandatos. Asimismo, la plataforma en la que germina el mensaje, el logos y la imagen. La tierra desde la que sombríos emisarios recogen elementos para hilvanar su revelación. El poeta ha dado a conocer lo que difícilmente puede percibirse mediante los sentidos.
***
Eran días de penumbra
los dioses amontonaban basura en nuestros techos
y las mujeres
usaban oscuros cinturones para evitar el coito
Eran los tiempos del dulce fuego
la edad anciana del desierto
se erguía como un espigado madero
y de los escombros sagrados del amanecer
un vagabundo perseguido por escupitajos
traía a nuestros cuerpos
las noticias de la tribu
(”Desde los escombros”, p. 21)
¿Desde dónde oímos la voz del poeta? ¿Desde qué lugar el vate empieza a cantar? Desde sí mismo pareciera ser la trillada respuesta. Los versos de Cabrera fluyen como una arteria. Dan vida a una química en la que el tiempo y su transitar es febril y acompasa a la naturaleza que se sirve de su vitalidad para enfatizar el fuego creador: bajo la piel del ser humano se esconde el latir de animales, el bullicio de paisajes y ceremonias.
Ah pálido animal el tiempo y sus entrañas
de entre las piernas huesudas de los ríos
una garza sin ojos
nos sobrevolaba el cuello
en nombre de la luna
y de este territorio
cantábamos como búho
entre cansadas piedras
En nombre del delirio
caminamos en la arena
y fue nuestra palabra
un lívido espejismo
extendiéndose en el cielo
como una inmensa nube
en estos ciegos días
de dulce y vano fuego
(”Desde los escombros”, p. 22).
Si bien lo sagrado encarna el registro sobre el cual desencadena el poeta su decir, la flama de Eros encuentra un espíritu modelador sobre las atmósferas, las representaciones y el lenguaje que Cabrera imprime a través de su voz.
Las luciérnagas han fluido
en el territorio de los dientes
cediendo paso
a la piel ligera
del deseo
y la habitación ha respondido
al ritual de la carne
y ha sido ante todo
el reino de la palabra
el que nos ha restituido
al origen de nuestros cuerpos
(”Territorio”, p. 23-24).
Nótese que a las composiciones se le dota, en su sentido, de un ir y venir, de una latencia muy propia del quehacer humano. ¿Es el hombre acaso aquel símbolo angélico irresuelto, materia dejada a su suerte, sujeto en el cual habita la posibilidad de transformar la savia del ser, en este caso, sugerida presencia que la sabiduría de un orden superior —Naturaleza— mantiene como actor de su propia mutación? Voces distintas se dirigen al yo poético y lo interpelan al interior del poema.
III
“No regreses” —profirió una anciana
“Has perdido demasiado tiempo
del lado de las visiones
si sigues así quedarás ciego”
Entonces me crecieron plumas de los hombros
y yo también alcé vuelo
(”Tribu”, p.30)
***
El clima con el que se cierra el poemario es como el que sigue a una tormenta. Lasitud. El poeta, reflexiona, desde uno de sus roles —oficiante despojado de la potestad de encabezar los ritos— y habla de su tribu, de la memoria, del inicio. Luego de una suerte de Apocalipsis en el que surtieron sus efectos todas las fuerzas de la tierra y del firmamento se realiza un balance, un recuento. En el poema final, “Tierra santa”:
I
Hubo un tiempo sagrado
un cielo una tierra
acaso había luz
y dioses sin arrogancia
(…)
V
Y es así que fueron los ciclos
reencarnaciones cielos
y murmullos / metamorfosis
habitando tu aldea
imágenes conservadas
por siglos esenciales
entre el muslo y la lengua
***
Ombligo de Ángel es un libro raro dentro de la actual de la poesía joven peruana. Es la continuación —con algunos giros interesantes por cierto— del proyecto iniciado por José Cabrera Alva con El libro de los espacios vacíos. Una empresa poética labrada por el oficio y la búsqueda. Es por ello que esperamos que la tenacidad del escritor siga dando mejores frutos. Vale.
José Cabrera Alva
Ombligo de Ángel
Pájaro de Fuego, 2007
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